«En nuestro caso, toda la información se elabora en la redacción con criterios estrictamente informativos. La publicidad se gestiona desde un departamento ajeno a la redacción y los anunciantes ni intervienen ni conocen los contenidos que vamos a publicar«.
“Así debe ser. La estricta separación entre publicidad e información es una regla de oro del periodismo de calidad”.
El primer entrecomillado corresponde a Vicente G. Olaya, responsable de los suplementos especiales de El País. El segundo entrecomillado es la conclusión de la Defensora del Lector del mismo medio, Milagros Pérez Oliva, en el artículo “El mejor anuncio, una buena noticia”, publicado ayer domingo 6 de noviembre, en el que se reflexiona sobre el supuesto dominio de la mercadotecnia en la agenda informativa de los medios, tomando como base las críticas suscitadas por la importante presencia de noticias sobre la empresa Apple en las últimas semanas.
Hemos de agradecer a la Defensora del Lector de El País por su inestimable esfuerzo en aportar claves para, desde la autocrítica interna en forma pública –porque es compartida con los lectores de dicho medio-, reflexionar y aportar argumentos teóricos muy interesantes sobre el ejercicio del periodismo en un contexto tan complejo y cambiante como el que estamos viviendo. La actitud del lector ya no es pasiva como antaño sino que tiene una vocación más activa para trasladar sus reflexiones, quejas y aportaciones de mejora ante los riesgos y amenazas que acechan al ejercicio de la profesión periodística, por ejemplo el que toma como base el artículo mencionado. Y hemos de agradecerle el trabajo que realiza dicha Defensora del Lector, aunque sólo sea porque es el único medio que ofrece esa plataforma para canalizar las críticas y sugerencias de sus lectores y quien incluso no tiene remilgos en asumir públicamente los errores o ‘patinazos’ de sus profesionales y, en definitiva, del medio en cuestión. Es decir, cuando toca se tira de las orejas en un ejercicio de autocrítica colectiva no muy habitual en la profesión.
Dicho todo esto, y coincidiendo con gran parte de los contenidos que plantea la Defensora del Lector –sobre todo, con el principal: “El mejor anuncio, una buena noticia”-, uno advierte una cierta contradicción entre los dos entrecomillados que abren este artículo y la actividad cotidiana en los medios de comunicación. No ponemos en cuestión la credibilidad de las palabras de los profesionales de El País mencionados, pero tenemos la impresión de que la ‘perpetua sospecha’ existente sobre la cada vez mayor vinculación entre los departamentos de publicidad y las redacciones de los medios, tiene bases fundamentadas. Muchos tenemos la impresión de que la publicidad encubierta va copando las secciones de los medios como si se tratara de una mancha de aceite. Muchos días, especialmente los fines de semana, uno queda con la impresión de que nos meten goles por toda la escuadra, también en El País, y no sólo en la sección de Tecnología –como se dice en el artículo de la Defensora de este domingo- sino también por ejemplo en la de Economía o la Cultura, donde los amigos de la ‘casa grande’ –léase Grupo Prisa- campan a sus anchas de una forma harto evidente.
Una evidencia que, sin embargo, es negada taxativamente por los defensores de los principios que rigen la profesión periodística, como la propia Defensora del Lector de El País, que con razón no quieren permitir que las tentaciones de los departamentos financieros y comerciales – qué no es sino la generación de nuevos recursos e ingresos económicos por vías hasta ahora no exploradas y que entran en colisión con los valores que sus propios estatutos de redacción promulgan- vayan ganando más terreno.
La profesión está muy jodida, digámoslo sin ambages. Las empresas periodísticas hacen aguas por todos los lados. Los nuevos soportes de información y comunicación han creado un marco de actuación que solo genera nuevas exigencias –más recursos, más rapidez, más inmediatez…- y no genera ingresos, ni tan siquiera se intuye la vía para generarlos. Ya se ha recortado todo lo recortable, se han descapitalizado las redacciones, se han jubilado los ‘jubilables’, y se sigue sin ver la luz al final del túnel. Algo de esto comentaba recientemente el periodista Pepe Cervera en un interesantísimo artículo titulado: “La crisis del periodismo es de producto”.
Y todavía los defensores de los valores del periodismo más puro siguen sin reconocer que sus medios han tenido que reinventarse de cara a obtener nuevos ingresos, utilizando para ello fórmulas más o menos imaginativas, entre otras –mal que nos pese- perforando las paredes de las redacciones periodísticas con taladros bien grandes por parte de los responsables comerciales. Los responsables financieros exigen resultados a los responsables comerciales, o sea números, o sea ingresos; y éstos, que no son periodistas ni les importa un bledo el ‘abc’ de la profesión periodística, necesitan aproximarse cada vez más a la Redacción en busca de ‘cariño’, que no es sino tratar con ‘cariño’ a ciertos clientes-anunciantes… ¿O no es así?
No hace mucho varias responsables del departamento comercial de un medio de comunicación nos reconocían sin remilgos sus continuas visitas a la redacción en busca de ese ansiado ‘cariño’, así como su capacidad de persuasión con los responsables de alguna sección para ‘levantar’ –o sea, cargarse la noticia en ‘argot’ periodístico- alguna noticia – o sea, una información con un cierto interés informativo a tenor del periodista responsable de la sección- relacionada con alguna entidad que no mostraba especial ‘cariño’ publicitario. No será una actitud generalizada, pero no caigamos en el error de pensar que es una mera excepción.